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foto: diario ojo

La política peruana: sobre el desierto y el oasis

Publicado: 2018-11-05

A mediados del siglo veinte Hannah Arendt sostenía que la política consistía en tender puentes entre el pensamiento y la acción, es decir, la política nos diría qué pensar para que luego sepamos cómo actuar. En 1955 Arendt dictó un curso de historia sobre la teoría política en la universidad de Berkeley donde explicó con detalle la metáfora sobre el desierto y el oasis. 

Arendt decía que las personas vivimos en un desierto a pesar de no pertenecer a él, y por lo tanto, tenemos la capacidad de transformarlo en un mundo humano, sin embargo, como en todo desierto existen las tormentas de arena que rompen con la paz, a las que clasifica como movimientos totalitarios porque se ajustan extraordinariamente bien a las condiciones del desierto, mostrándose como la mejor alternativa política para adaptarnos mejor a la vida en este arenal.

Mientras que los oasis son aquellos espacios de vida independiente de las circunstancias políticas, por ejemplo, el aislamiento del artista, la soledad del filósofo, el espacio donde surge el amor, la bondad y la amistad, el lugar donde se desarrolla la ciencia, donde la cultura tiene vida, donde la libertad existe, donde la naturaleza se muestra maravillosa. Sin la intangibilidad de esos oasis no sabríamos cómo respirar, y los políticos deberían saberlo, porque si no saben usarlos estarán condenados a ser habitantes del desierto, porque las tormentas las azotarán y los oasis se secarán, sentenciaba Arendt.

También habla de un peligro opuesto al que denomina como escapismo, es decir, cuando tratamos de huir del desierto, de la política, de las tormentas de arena, y buscamos refugio en los oasis, pero arrastramos en los pies la arena del desierto que terminará aniquilando el oasis que nos acoge sin motivación alguna.

Esta metáfora del siglo pasado nos es tan ajena a la realidad política que vivimos, la tormenta que hoy vive el fujimorismo es la herencia de una política que se muestra totalitaria, no solo por los chats de “la botica” y el comportamiento y decir de sus representantes, muchos de ellos señalados como supuestos miembros de una organización criminal, sino, por que siguen aferrados a la idea de mantenernos vivos dentro del desierto, bajo sus reglas, dominados por la fuerza de su mayoría parlamentaria, por sus voces altisonantes, por las arengas de sus seguidores a sueldo.

Keiko Fujimori —al igual que su padre— se muestra como la jefa, la que ordena cuándo aplaudir, qué decir, a quién atacar, a quién castigar, y por lo visto, incluso qué justicia se les debe aplicar. Recuerdo el día que perdió las elecciones cuando se asomó al balcón del hotel donde esperaba los resultados, una fotografía a sus espaldas la mostraba pisando las plantas de una maceta sin importarle más que su apariencia del otro lado del muro, allí empezó a pisar los oasis que la gente quiere para sí, allí empezó su afán de azotarlos, de resistirse a la transformación del desierto, y luego sus fuerzas arremetieron contra el gobierno y sus ministros, incluso contra su propia fuerza mayoritaria en el Congreso, contra su padre y su hermano, y ya vemos las consecuencias.

Mientras el mal tiempo de la política arremete en cada rincón del país, gran parte de los habitantes deciden escapar del desierto, no quieren saber ni participar en la política, los partidos tradicionales no logran convocar y descubrir nuevos líderes, y entonces es allí cuando pueden surgir otros movimientos autónomos, una especie de reaccionarios movidos por sus facultades de acción y pasión, sin embargo, podemos advertir que estos reacomodos caudillistas insisten en construir castillos de arena, quizás como los que se hicieron en Brasil, abriendo una brecha para dar cabida a otro lava jato, lava juez, lava tren y demás lavados indebidos, que ya conocemos y que muy pronto conoceremos más, sin la menor duda.

Si la política es tender puentes entre el pensamiento y la acción, entonces lo que sigue ahora es abrir espacios de discusión para que las mentes cultivadas con el conocimiento y la experiencia de lo ya vivido nos ayuden a entender mejor nuestra evolución democrática, insipiente aún, pero democracia al fin, para que nos ayuden a entender también que los extremismos y radicalismos ni la cultura del odio no nos libran de este desierto, por el contrario, que nos ayuden a entender que necesitamos de la fuerza de los jóvenes, del talento de los intelectuales y de la sensibilidad social de los buenos hombres y mujeres para encontrar otras formas de pensamiento orientadas al bien común y sobre todo conectadas con la acción para construir y transformar este desierto en una ciudad sostenible, inteligente, pacífica, justa y respetuosa, como sostiene Arendt, en un mundo humano.

Es necesario e imprescindible que surjan nuevos jóvenes protagonistas de la historia política peruana que crean en lo que Hamlet dijo al final del primer acto: “Los tiempos están desquiciados. ¡Maldita suerte la mía, haber nacido para ponerlo en orden!”.


Escrito por

Julio Navarro -Jucenaf

Periodista y luchador incansable contra la crisis de valores para construir un mundo mejor! JALCA para siempre! Aquí mi opinión personal.


Publicado en

Construyendo un Perú mejor

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